Hablar de transgénicos significa
esencialemente hablar de integrar las semillas en el sistema privado de
patentes. El patentamiento de organismos genéticamente modíficados
es el instrumento
que permite convertir las semillas en mercancías monopolizadas, de
manera que todo aquel que quiera satisfacer su demanda de semillas
tendrá que pasar por la mediación del propietario que ha monopolizado
las semillas. Lo que se quiere señalar con esto es la idea de que el
debate sobre las semillas transgénicas se agota en la cuestión de la
privatización de las semillas, es decir, que tan pronto se desatiende la
cuestión de las patentes, el debate sobre la productividad de los transgénicos es del todo esteril. Hablar de patente de genes
es hablar del grupo agrícola Monsanto que aglutina más de once mil
semillas patentadas y concentra el 90%
del mercado de semillas de EEUU y cerca del 50% del mercado mundial.
Aunque el cultivo de transgénicos no se da de forma generalizada en
Europa y África, abarca cerca de un 90% del continente americano y se
extiende de manera acelerada en Asia.
La producción tradicional de semillas concede a los cultivadores el derecho a patentar su trabajo, pero la protección de patentes no se ampliaba a las generaciones posteriores de semillas porque es muy dificil demostrar el origen de una planta tras varias generaciones, con lo que el derecho de patente se acababa en la venta. Desde la perspectiva del capital esta incompatibilidad entre la naturaleza y la propiedad privada es interpretada como una tara de la naturaleza que ahora puede superarse con la aplicación de la ingenieria genética en semillas: el patentamiento de una semilla manipulada geneticamente permite reconocer en el gen el origen de las generaciones posteriores de esa semilla o planta, estableciendo con ello la posibilidad técnica de reclamar los derechos de patente sobre cualquiera de esas generaciones.
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