El 14 de enero del 2011 el secretario general del sindicato UGT,
Cándido Méndez, justificaba con la siguiente intervención el acuerdo de
la reforma del sistema de pensiones públicas al que habían llegado su
grupo y Comisiones Obreras con el gobierno del PSOE y la patronal, en el
que se elevaba el cómputo sobre el que se calcula la cuantía de las
pensiones de 15 a 25 años y la edad de jubilación hasta los 67 años: "El
pacto global debe estimular que todos rememos en la misma dirección en
la lucha contra la crisis económica"(en http://www.ugt.es/actualidad/2011/enero/c14012011.html).
El 4 de abril de 2012, la diputada del PP en el gobierno, Elvira
Rodriguez, justificaba la reforma laboral aplicada por su gobierno, que
merma la capacidad sindical y dinamita por completo las garantías de
estabilidad de los trabajadores, con una fórmula parecida: "Los tiempos
de la lucha de clases han pasado y empresarios y trabajadores van ahora
en el mismo barco" (en http://www.pp.es/actualidad-noticia/elvira-rodriguez-advierte-al-psoe-tiempos-lucha-clases-han-pasado-empresarios-trabajadores-van-ahora-mismo-barco_6258.html).
Esa dirección unívoca hacia la que según el dirigente sindical, todos
tenemos que remar, presupone un barco, o por deshacernos de la metáfora,
ese interés común presupone la perspectiva de la sociedad sin clases
a la que se refiere Elvira Rodriguez con su metáfora del barco, pues de
lo contrario, en una sociedad en la que, por ejemplo, se enfrentasen
los intereses de dos grandes clases, qué se yo, la burguesía o
propietarios de capital y el proletariado que no posee más que su
capacidad de trabajar, en una sociedad como esta, digo, no hablaríamos
de un interés común de la sociedad, sino de intereses de clases
particulares de la sociedad, irreconciliables o antagónicos, enfrentados
entre sí, lo que no es otra cosa que la lucha de clases. Por lo tanto,
en adelante se trata de criticar desde una perspectiva marxista la base
teórica sobre la que se levanta esta argumentación del interés general
que presupone un bien común, para lo cual trataremos de responder la
primera cuestión de si hay o no un bien común en la sociedad capitaliste
que nos autorice para hablar de un interés general, y si la respuesta a
esta primera pregunta fuese que no existe semejante interés general,
plantearíamos una segunda pregunta que trate de determinar cuál es el
interés de la clase trabajadora, y la relación que la izquierda tiene
con dicho interés.
El
discurso marxiano reconoce una conflictividad inherente a la existencia
de las clases sociales que en la sociedad capitalista se manifiesta en
los intereses irreconciliables de ambas clases en el reparto de la
jornada laboral: el burgués o capitalista propietario de los medios de
producción necesita de una mercancía cuya explotación genere valor, que
funcione para dar valor si se quiere, como una bombilla funciona para
dar luz, y casualmentemente la encuentra como por azar en el mercado de
trabajo, perfectamente acondicionado para la compra y venta de esta
mercancía que es la fuerza de trabajo: "la
propiedad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros medios de
producción no confieren a un hombre la condición de capitalista si le falta el
complemento: el asalariado, el otro hombre forzado a venderse voluntariamente a
sí mismo"
(El Capital, cap. XXV).El asalariado moderno es totalmente libre y
dueño de sus acciones, pero está sujeto, a su vez, a una coacción
material basada en la dependencia que tiene del propietario de las
tierras y de las máquinas: su vida depende de él hasta el extremo de que
se ve forzado a venderse voluntariamente a sí mismo al capitalista,
quien como decíamos, clamaba precisamente por una mercancía que
funcionase para generar valor. La plusvalía es la apropiación de este
valor-trabajo ajeno: al trabajador no se le paga su jornada laboral,
sino que esta se reparte en el salario que recibe el trabajador, y la
plusvalía o salario no pagado que se apropia el capitalista. En estas
condiciones es una broma hablar de un bien común, porque lo que
beneficia al uno perjudica necesariamente al otro y viceversa, y es por
esto que a finales del s.XIX, junto con el surgimiento del movimiento
obrero, se erije como ciencia la Economía Neoclásica que por lo mismo
que se presenta como un estudio no clasista de la sociedad, sirve a su
vez como instrumento teórico a la clase dominante para ocultar la
conflictividad inevitable a la existencia de dichas clases y legitimar
así el orden de dominación burgués: en la legitimidad se juega la
obediencia. En conclusión (y con esto se cierra la primera pregunta que
hacíamos sobre la existencia de un interés general), desde el discurso
marxista se reconoce el interés de la burguesía por mantener el sistema
en el que sistemáticamente se apropia de trabajo ajeno y el interés del
proletariado en impugnar este mismo orden; el discurso neoclásico, que
al no reconocer la existencia de clases oculta la conflictividad que las
acompaña, establece simplemente que el interés general no es otra cosa
que lo que el discurso marxista descubre como el interés de la
burguesía. Con todo el rigor teórico al que nos autoriza la obra de
Marx, podemos decir que no hay un bien común que nos permita hablar de
un interés general, sino clases sociales con intereses enfrentados.
Por
mucho que así lo difundan las instituciones burguesas, no hay un bien
común en la sociedad capitalista, sino clases sociales con intereses
irreconciliables luego, ¿cuál es el interes de la clase trabajadora, de
aquella clase conformada por individuos desposeidos de los medios de
producción? Ya lo hemos dicho, abolir las condiciones o causas de la
explotación a la que está sistemáticamente sometida. Desde la
perspectiva marxista, el discurso keynesiano de amortiguar los efectos
negativos del capital sobre los trabajadores es tanto como hablar de
amortiguar la explotación, sí, pero manteniéndola, o mejor dicho, de
aceptar la dominación, pero sin lo malo de ser dominado. Esto es una
tontería evidente, pero sirve para darnos cuenta de la profundidad del
asunto. En resumen, para la clase trabajadora se trata de eliminar las
causas de la opresión, y no de combatir sus efectos: "(...) la clase
obrera no debe exagerar la eficacia definitiva de estas luchas
cotidianas. No debe olvidar que , en estas batallas, lucha contra los
efectos, pero no contra las causas que los producen; que estas luchas
amortiguan, evidentemente, el movimiento de descenso, pero no lo hacen
cambiar de rumbo; que aplican medios paliativos, pero no curan el mal
(...) En vez del lema conservador de ¡Un salario justo por una jornada
de trabajo justa!, debe inscribir en sus banderas la consigna
revolucionaria de ¡Abajo el sistema del trabajo asalariado!" (Marx,
"Precio, salario y ganancia"). Pues bien, ¿cuál es la relación de la
izquierda con este interés de la clase trabajadora de disolver las
clases sociales? Pregunta a la que podemos responder con esta otra, ¿y
qué es la izquierda si prescinde de un discurso que defienda los
intereses de la clase trabajadora? La esencia, la razón de ser, la
condición sin la cual la izquierda deja de ser izquierda es la de
articular un discurso orientado a defender los intereses de emancipación
de la clase trabajadora: “Los
sindicatos hacen una labor beneficiosa como focos de resistencia contra la
acción violenta del capital. Pero malogran en parte su finalidad si se empeñan
en hacer de su fuerza un uso indebido. Y la hacen fracasar por completo si se
limitan a librar una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema
existente, en vez de luchar al mismo tiempo por hacerlo cambiar, en vez de
emplear su fuerza organizada como palanca para la total emancipación de la
clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo
asalariado” (Marx, "Salario, precio y ganancia"). Puesto
que el objetivo final de la disolución de las clases sociales es el
único factor esencial que distingue a la izquierda del radicalismo
burgués, la asunción del discurso keynesiano que busca perpetuar el
orden capitalista amortiguando sus efectos nocivos sobre los
trabajadores, se le plantea a la izquierda como su ser o no ser.
Tres
motivos incitan a pensar que el marco actual, en el que todo el peso de
la crisis recae sobre los trabajadores, ofrece un contexto idoneo para
divulgar la teoría marxiana y marxista entre la clase obrera: 1)en
orden teórico, para comprender con rigor la nueva realidad económica
para la que ya no sirven las viejas explicaciones de la ficción del
estado de bienestar, 2)en el orden de la práctica para tomar conciencia de la situación que ocupan en la
estructura social, esto es, tomar conciencia colectiva de clase y 3)para
disponer de un discurso articulado que defienda los intereses de la
clase trabajadora, la única idea que puede aglutinar tras de sí al
conjunto de la case obrera. Pero son dos los caminos que pueden tomar los individuos que
soportan todo el peso del nuevo horizonte que la crisis plantea: uno es
el que acabamos de describir como el proceso del conocimiento que
descubre las causas de la explotación a la que es sometida la clase
trabajadora, para identificar en sus problemas individuales lo común a la explotación de clase y prponer así unas aspiraciones colectivas de clase; pero el otro camino es el que
se deduce del plantamiento burgués que no reconoce la conflictividad
entre clases sociales, el del individuo replegado sobre sí mismo, que
asume todo el riesgo de la crisis y que como es incapaz de identificar
el origen de su malestar en una causa social, se encuentra a sí mismo
como un perdedor, el perdedor que incapaz de hacer frente él sólo a las
desavenencias del entero orden capitalista termina, finalmente, por
suicidarse.
Durante los últimos años se ha escuchado sobremanera que
las reformas con las que se está ejecutando la ofensiva neoliberal
impuesta por Europa y acatada por sus gobiernos burgueses eran las
necesarias para generar empleo y salir de la crisis. Hoy Grecia es el
laboratorio sobre el que se tiene que mirar nuestro Reino de España, y
en él se constatan las nefastas consecuencias que tienen estas reformas
para la clase obrera. Esta situación es a todas vistas inexplicable sin
recurrir al discurso marxista que explica la realidad económica desde
una perspectiva que reconoce una conflictividad latente entre las clases
sociales en el reparto de la jornada de trabajo. Hagamos el intento y
tratemos de explicar a través de un interés general el chantaje al que
ha sido sometida la clase trabajadora de Grecia y de toda la UE: es
imposible. Y más imposible resulta si tomamos en consideración las
operaciones a través de la deuda externa con la que el FMI ha sometido a
América durante todo el s.XX.
Por
lo tanto, no hay nada extraño en que la diputada del PP niegue la
existencia de la conflictividad de las clases sociales, lo inexplicable
es escuchar estas palabras en boca de los líderes de los principales
sindicatos del Reino. Rectifico, según lo dicho hasta aquí es
perfectamente explicable que CCOO y UGT ratifiquen la existencia de un
interés general en nuestra sociedad capitalista y en nuestro contexto
actual: perpetuar el ciclo de la explotación de los trabajadores con
vistas a generar plusvalía. Simplemente han dejado de ser los
instrumentos encargados de defender los intereses de la clase
trabajadora y deben de ser reemplazados por otros cuyo objetivo final
sea orientar sus procedimientos hacia la revolución.
La
frase con la que concluye el Manifiesto Comunista dice: "¡PROLETARIOS
DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!". Me interesa llamar la atención sobre dos
aspectos: el primero es que el sujeto de la cita no es "individuos", ni
"humanidad", etc., sino "proletarios", y el segundo es la idea de unidad
sobre la base de ese manifiesto que termina de escribir en ese momento.
Para Marx no se puede cambiar el mundo sin haberlo comprendido antes, y
el Manifiesto Comunista procura esa base teórica capaz de servir a los
individuos-trabajadores para reconocer el origen social de su
explotación y, en consecuencia, identificar sus aspiraciones
individuales con los intereses colectivos de su clase social.
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