domingo, 20 de mayo de 2012

Suicidio o Revolución: la Razón de Ser de la Izquierda


El 14 de enero del 2011 el secretario general del sindicato UGT, Cándido Méndez, justificaba con la siguiente intervención el acuerdo de la reforma del sistema de pensiones públicas al que habían llegado su grupo y Comisiones Obreras con el gobierno del PSOE y la patronal, en el que se elevaba el cómputo sobre el que se calcula la cuantía de las pensiones de 15 a 25 años y la edad de jubilación hasta los 67 años: "El pacto global debe estimular que todos rememos en la misma dirección en la lucha contra la crisis económica"(en http://www.ugt.es/actualidad/2011/enero/c14012011.html). El 4 de abril de 2012, la diputada del PP en el gobierno, Elvira Rodriguez, justificaba la reforma laboral aplicada por su gobierno, que merma la capacidad sindical y dinamita por completo las garantías de estabilidad de los trabajadores, con una fórmula parecida: "Los tiempos de la lucha de clases han pasado y empresarios y trabajadores van ahora en el mismo barco" (en http://www.pp.es/actualidad-noticia/elvira-rodriguez-advierte-al-psoe-tiempos-lucha-clases-han-pasado-empresarios-trabajadores-van-ahora-mismo-barco_6258.html). Esa dirección unívoca hacia la que según el dirigente sindical, todos tenemos que remar, presupone un barco, o por deshacernos de la metáfora, ese interés común presupone la perspectiva de la sociedad sin clases a la que se refiere Elvira Rodriguez con su metáfora del barco, pues de lo contrario, en una sociedad en la que, por ejemplo, se enfrentasen los intereses de dos grandes clases, qué se yo, la burguesía o propietarios de capital y el proletariado que no posee más que su capacidad de trabajar, en una sociedad como esta, digo, no hablaríamos de un interés común de la sociedad, sino de intereses de clases particulares de la sociedad, irreconciliables o antagónicos, enfrentados entre sí, lo que no es otra cosa que la lucha de clases. Por lo tanto, en adelante se trata de criticar desde una perspectiva marxista la base teórica sobre la que se levanta esta argumentación del interés general que presupone un bien común, para lo cual trataremos de responder la primera cuestión de si hay o no un bien común en la sociedad capitaliste que nos autorice para hablar de un interés general, y si la respuesta a esta primera pregunta fuese que no existe semejante interés general, plantearíamos una segunda pregunta que trate de determinar cuál es el interés de la clase trabajadora, y la relación que la izquierda tiene con dicho interés.

El discurso marxiano reconoce una conflictividad inherente a la existencia de las clases sociales que en la sociedad capitalista se manifiesta en los intereses irreconciliables de ambas clases en el reparto de la jornada laboral: el burgués o capitalista propietario de los medios de producción necesita de una mercancía cuya explotación genere valor, que funcione para dar valor si se quiere, como una bombilla funciona para dar luz, y casualmentemente la encuentra como por azar en el mercado de trabajo, perfectamente acondicionado para la compra y venta de esta mercancía que es la fuerza de trabajo: "la propiedad de dinero, de medios de subsistencia, máquinas y otros medios de producción no confieren a un hombre la condición de capitalista si le falta el complemento: el asalariado, el otro hombre forzado a venderse voluntariamente a sí mismo" (El Capital, cap. XXV).El asalariado moderno es totalmente libre y dueño de sus acciones, pero está sujeto, a su vez, a una coacción material basada en la dependencia que tiene del propietario de las tierras y de las máquinas: su vida depende de él hasta el extremo de que se ve forzado a venderse voluntariamente a sí mismo al capitalista, quien como decíamos, clamaba precisamente por una mercancía que funcionase para generar valor. La plusvalía es la apropiación de este valor-trabajo ajeno: al trabajador no se le paga su jornada laboral, sino que esta se reparte en el salario que recibe el trabajador, y la plusvalía o salario no pagado que se apropia el capitalista. En estas condiciones es una broma hablar de un bien común, porque lo que beneficia al uno perjudica necesariamente al otro y viceversa, y es por esto que a finales del s.XIX, junto con el surgimiento del movimiento obrero, se erije como ciencia la Economía Neoclásica que por lo mismo que se presenta como un estudio no clasista de la sociedad, sirve a su vez como instrumento teórico a la clase dominante para ocultar la conflictividad inevitable a la existencia de dichas clases y legitimar así el orden de dominación burgués: en la legitimidad se juega la obediencia. En conclusión (y con esto se cierra la primera pregunta que hacíamos sobre la existencia de un interés general), desde el discurso marxista se reconoce el interés de la burguesía por mantener el sistema en el que sistemáticamente se apropia de trabajo ajeno y el interés del proletariado en impugnar este mismo orden; el discurso neoclásico, que al no reconocer la existencia de clases oculta la conflictividad que las acompaña, establece simplemente que el interés general no es otra cosa que lo que el discurso marxista descubre como el interés de la burguesía. Con todo el rigor teórico al que nos autoriza la obra de Marx, podemos decir que no hay un bien común que nos permita hablar de un interés general, sino clases sociales con intereses enfrentados.

Por mucho que así lo difundan las instituciones burguesas, no hay un bien común en la sociedad capitalista, sino clases sociales con intereses irreconciliables luego, ¿cuál es el interes de la clase trabajadora, de aquella clase conformada por individuos desposeidos de los medios de producción? Ya lo hemos dicho, abolir las condiciones o causas de la explotación a la que está sistemáticamente sometida. Desde la perspectiva marxista, el discurso keynesiano de amortiguar los efectos negativos del capital sobre los trabajadores es tanto como hablar de amortiguar la explotación, sí, pero manteniéndola, o mejor dicho, de aceptar la dominación, pero sin lo malo de ser dominado. Esto es una tontería evidente, pero sirve para darnos cuenta de la profundidad del asunto. En resumen, para la clase trabajadora se trata de eliminar las causas de la opresión, y no de combatir sus efectos: "(...) la clase obrera no debe exagerar la eficacia definitiva de estas luchas cotidianas. No debe olvidar que , en estas batallas, lucha contra los efectos, pero no contra las causas que los producen; que estas luchas amortiguan, evidentemente, el movimiento de descenso, pero no lo hacen cambiar de rumbo; que aplican medios paliativos, pero no curan el mal (...) En vez del lema conservador de ¡Un salario justo por una jornada de trabajo justa!, debe inscribir en sus banderas la consigna revolucionaria de ¡Abajo el sistema del trabajo asalariado!" (Marx, "Precio, salario y ganancia"). Pues bien, ¿cuál es la relación de la izquierda con este interés de la clase trabajadora de disolver las clases sociales? Pregunta a la que podemos responder con esta otra, ¿y qué es la izquierda si prescinde de un discurso que defienda los intereses de la clase trabajadora? La esencia, la razón de ser, la condición sin la cual la izquierda deja de ser izquierda es la de articular un discurso orientado a defender los intereses de emancipación de la clase trabajadora:Los sindicatos hacen una labor beneficiosa como focos de resistencia contra la acción violenta del capital. Pero malogran en parte su finalidad si se empeñan en hacer de su fuerza un uso indebido. Y la hacen fracasar por completo si se limitan a librar una guerra de guerrillas contra los efectos del sistema existente, en vez de luchar al mismo tiempo por hacerlo cambiar, en vez de emplear su fuerza organizada como palanca para la total emancipación de la clase obrera, es decir, para la abolición definitiva del sistema del trabajo asalariado” (Marx, "Salario, precio y ganancia"). Puesto que el objetivo final de la disolución de las clases sociales es el único factor esencial que distingue a la izquierda del radicalismo burgués, la asunción del discurso keynesiano que busca perpetuar el orden capitalista amortiguando sus efectos nocivos sobre los trabajadores, se le plantea a la izquierda como su ser o no ser.

Tres motivos incitan a pensar que el marco actual, en el que todo el peso de la crisis recae sobre los trabajadores, ofrece un contexto idoneo para divulgar la teoría marxiana y marxista entre la clase obrera: 1)en orden teórico, para comprender con rigor la nueva realidad económica para la que ya no sirven las viejas explicaciones de la ficción del estado de bienestar, 2)en el orden de la práctica para tomar conciencia de la situación que ocupan en la estructura social, esto es, tomar conciencia colectiva de clase y 3)para disponer de un discurso articulado que defienda los intereses de la clase trabajadora, la única idea que puede aglutinar tras de sí al conjunto de la case obrera. Pero son dos los caminos que pueden tomar los individuos que soportan todo el peso del nuevo horizonte que la crisis plantea: uno es el que acabamos de describir como el proceso del conocimiento que descubre las causas de la explotación a la que es sometida la clase trabajadora, para identificar en sus problemas individuales lo común a la explotación de clase y prponer así unas aspiraciones colectivas de clase; pero el otro camino es el que se deduce del plantamiento burgués que no reconoce la conflictividad entre clases sociales, el del individuo replegado sobre sí mismo, que asume todo el riesgo de la crisis y que como es incapaz de identificar el origen de su malestar en una causa social, se encuentra a sí mismo como un perdedor, el perdedor que incapaz de hacer frente él sólo a las desavenencias del entero orden capitalista termina, finalmente, por suicidarse.


Durante los últimos años se ha escuchado sobremanera que las reformas con las que se está ejecutando la ofensiva neoliberal impuesta por Europa y acatada por sus gobiernos burgueses eran las necesarias para generar empleo y salir de la crisis. Hoy Grecia es el laboratorio sobre el que se tiene que mirar nuestro Reino de España, y en él se constatan las nefastas consecuencias que tienen estas reformas para la clase obrera. Esta situación es a todas vistas inexplicable sin recurrir al discurso marxista que explica la realidad económica desde una perspectiva que reconoce una conflictividad latente entre las clases sociales en el reparto de la jornada de trabajo. Hagamos el intento y tratemos de explicar a través de un interés general el chantaje al que ha sido sometida la clase trabajadora de Grecia y de toda la UE: es imposible. Y más imposible resulta si tomamos en consideración las operaciones a través de la deuda externa con la que el FMI ha sometido a América durante todo el s.XX.
 
Por lo tanto, no hay nada extraño en que la diputada del PP niegue la existencia de la conflictividad de las clases sociales, lo inexplicable es escuchar estas palabras en boca de los líderes de los principales sindicatos del Reino. Rectifico, según lo dicho hasta aquí es perfectamente explicable que CCOO y UGT ratifiquen la existencia de un interés general en nuestra sociedad capitalista y en nuestro contexto actual: perpetuar el ciclo de la explotación de los trabajadores con vistas a generar plusvalía. Simplemente han dejado de ser los instrumentos encargados de defender los intereses de la clase trabajadora y deben de ser reemplazados por otros cuyo objetivo final sea orientar sus procedimientos hacia la revolución.
La frase con la que concluye el Manifiesto Comunista dice: "¡PROLETARIOS DE TODOS LOS PAÍSES, UNÍOS!". Me interesa llamar la atención sobre dos aspectos: el primero es que el sujeto de la cita no es "individuos", ni "humanidad", etc., sino "proletarios", y el segundo es la idea de unidad sobre la base de ese manifiesto que termina de escribir en ese momento. Para Marx no se puede cambiar el mundo sin haberlo comprendido antes, y el Manifiesto Comunista procura esa base teórica capaz de servir a los individuos-trabajadores para reconocer el origen social de su explotación y, en consecuencia, identificar sus aspiraciones individuales con los intereses colectivos de su clase social.

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